La escritura de ficción pura es terreno reservado a pocos hacendados. El resto, habrá de apelar a la vida, espacio intrínseco de cosecha y producción.
Jaime Sáenz, eximio escritor paceño, apelaba a esta fórmula: escribir de lo vivido. Negaba cualquier otra condición, lo que no supone un ejercicio hiperrealista de transcripción literal de la vida. Es posible, desde luego, incluir esos toques imaginarios que añade la mente cuando recrea personajes y situaciones.
Por eso pienso que los periodistas son como capullos de literato, algunos emergen y traducen reportajes en historias literarias, otros (los más) se hunden en la rutina y la velocidad. El ejercicio periodístico, como ninguno, acerca una visión externa equivalente a un tercer ojo dentro de las situaciones cotidianas, extraordinarias como corrientes, tremendo jugo escurrido para llenarse de cuentos, novelas e incluso poesía.
Las palabras, unidad de interés para literatos y periodistas, pueden articularse como veleros en el Atlántico, calmos y placenteros. Ser acompañantes y caricias. O, en el sentido opuesto, lisas y eficientes. Literato o periodista.
Octavio, el del
Laberinto de la soledad, regala lo siguiente a propósito de estas "putas":
Dales la vuelta,
cógelas del rabo (chillen, putas),
azótalas,
dales azúcar en la boca a las rejegas,
ínflalas, globos, pínchalas,
sórbeles sangre y tuétanos,
sécalas,
cápalas,
písalas, gallo galante,
tuérceles el gaznate, cocinero,
desplúmalas,
destrípalas, toro,
buey, arrástralas,
hazlas, poeta,
haz que se traguen todas sus palabras.
Octavio Paz, "Las Palabras"