¿Cuándo estallan los seres que cargan los piantaos? Dulces, perversos, asesinos artistas. Nunca los días martes. Ni los lunes, ni otros.
En días con nombres se abortan, autosaboteados para seguir
las líneas de lo correcto. Lindos, amables, deseables.
En sinuoso estado se quedan y salen sólo cuando el bornizo se rompe por la inusual aparición de otro igual. El mísmo día, piantao marginal.
En sinuoso estado se quedan y salen sólo cuando el bornizo se rompe por la inusual aparición de otro igual. El mísmo día, piantao marginal.
En esa edad de los marginales, un piantao es incapaz de
saludar, dar la mano, dar un beso, en vez de aquello se escurre en limaduras de
vidrio, no saluda, no da la mano y se guarda los besos. Estallan los seres que
cargan.
Ellos, los seres cargados, azules y rojos, demonios por
mayoría, orugas envueltas, son la superlativa forma de lo real. Azotan las puertas,
reniegan, esconden sus pechos, menguan las palabras a frases escasas. Sí y no,
gracias y adiós.
Arduos en sí mismos, estilizadas figuras de roca y carne,
músculos fibrosos y largos, derretidos esbozos de seres humanos, hermosas formas
de queroseno y pavilo tendidas en la mesa.
Así, ese encuentro es supernova, sin estética y anomalía bizarra, el hallazgo
de una, el hallazgo de uno, insumidos ambos, licuados en sus propios nombres. Son besos sin
labios, o labios en hombros, manos en manos, ojos en cielos, cuerpos tendidos sin
tocar el suelo. Promesas eternas, letras de canciones oídas en el día previo,
de la misma era marginal.
¿Quieres subir?, siempre inquieren los demonios, ¿hasta qué nivel
quieres llegar? responden los otros. No hay duda sobre lo debido, no se hesitan los
motivos. Se decide y emprende camino. Se reniega de la hora, se construye el
destino. De ese lugar imaginado, del que los azules y rojos nos dijeron es el
espacio preciso, queda todo lo onírico. Nada es vano, corriente y humano. Un piantao y otro piantao.